Los humanos son egoístas. Es tan fácil
de decir. Lo mismo ocurre con las siguientes afirmaciones: La avaricia es
buena; el altruismo es una ilusión. La cooperación es para los tontos. La
competencia es natural; la guerra, inevitable. El mal es más fuerte que el bien
en la naturaleza humana.
Este tipo de declaraciones reflejan
suposiciones muy antiguas sobre las emociones. Por milenios, hemos considerado
las emociones como el origen de la irracionalidad, de la bajeza y el pecado. La
idea de los siete pecados capitales da por sentado nuestras pasiones
destructivas. Platón comparaba el alma humana con un carruaje: el intelecto es
el conductor y las emociones son los caballos. La vida es una continua lucha
para mantener las emociones bajo control.
Incluso la compasión, la preocupación
que sentimos por el bienestar de otro ser humano, ha sido tratada con completa
burla. Kant la vio como un sentimiento débil y equivocado. Dijo: “tal
benevolencia se llama corazón blando y no debería ocurrir en absoluto entre los
seres humanos”.
Hay muchas preguntas acerca de si la
verdadera compasión existe de verdad o de si es inherentemente motivada por el
propio interés.
Estudios recientes de la compasión
argumentan persuasivamente en favor de una perspectiva diferente en la naturaleza
humana, una que rechaza la preeminencia del interés personal. Estos estudios
apoyan un punto de vista racional, funcional y adaptativo de las emociones.
Este punto de vista tiene sus orígenes en “La expresión de la emoción en el
hombre y en los animales” de Darwin. Esta investigación sugiere que la
compasión y la benevolencia son una parte evolucionada de la naturaleza humana,
enraizada en nuestro cerebro y biología y lista para ser cultivada para el bien
común.
Las bases
biológicas de la compasión
Primero, consideremos el estudio
reciente sobre las bases biológicas de la compasión. Si tal base existe,
deberíamos estar programados, por así decirlo, para responder a los
necesitados. La evidencia reciente respalda este punto de forma convincente. El
psicólogo Jack Nitschke de la Universidad de Wisconsin descubrió que cuando las
madres miraban fotografías de sus bebés, no solamente reportaban más amor
compasivo que cuando miraban a otros bebés, sino que también mostraban una
actividad única en la región de su cerebro asociada a las emociones positivas.
El descubrimiento de Nitschke sugiere que esa región del cerebro está en
sintonía con el primer objeto de nuestra compasión, nuestra descendencia.
Sin embargo, el instinto de la compasión
no está limitado solamente a los cerebros de los padres. En un grupo diferente
de estudios, Joshua Greene y Jonatahn Cohen de la Universidad de Princeton,
encontraron que cuando los sujetos contemplaban el daño infligido a otros, una
red similar de regiones en el cerebro se activaba. Nuestros hijos y las
víctimas de la violencia, dos grupos muy diferentes, y, sin embargo, unidos por
las reacciones neuronales similares que provocan. Esta consistencia sugiere
fuertemente que la compasión no es solamente una emoción veleidosa e
irracional, sino más bien una respuesta natural humana innata incrustada entre
los pliegues de nuestro cerebro.
En otra
investigación, realizada por la Universidad de Emory, los neurocientíficos
James Rilling y Gregory Berns, dieron a los participantes la oportunidad de
ayudar a alguien. Al mismo tiempo, se registraba su actividad cerebral. Ayudar
a otros disparaba la actividad en el núcleo caudado y cíngulo anterior, las
regiones del cerebro que se encienden cuando la gente recibe recompensas o experimenta
placer. Este es un descubrimiento bastante notable: ayudar a otros da el mismo
placer que obtenemos de la gratificación del deseo personal.
El cerebro entonces, parece estar
programado para responder al sufrimiento de otros. Ciertamente nos hace sentir
bien cuando podemos aliviarlo. Sin embargo, ¿hay otras partes del cuerpo que
también sugieran una base biológica para la compasión? Pareciera ser que sí.
Consideremos el conjunto de glándulas,
órganos, y sistemas cardiovascular y respiratorio conocido como el sistema
nervioso autónomo (SNA). El SNA juega un papel principal en regular el torrente
sanguíneo y los patrones de respiración para diferentes tipos de acción. Por
ejemplo, cuando nos sentimos amenazados, nuestro índice cardíaco y respiratorio
aumenta, preparándonos para la confrontación o la huida de la amenaza, la
respuesta conocida como “lucha o huida”. ¿Cuál es el perfil del SNA en la
compasión? Cuando los niños pequeños y los adultos sienten compasión por otros,
la emoción es reflejada en cambios fisiológicos palpables. El índice cardíaco
baja de los niveles de referencia, lo que prepara no para pelear o huir, sino
para la aproximación y la calma.
Además está la oxitocina, una hormona
que flota a través del torrente sanguíneo. Una investigación realizada en
pequeños roedores conocidos como ratones de campo indica que la oxitocina
promueve el compromiso y los lazos a largo plazo, así como el tipo de
comportamiento que alimenta el desarrollo -como preocuparse por la
descendencia- que yace en el corazón de la compasión. Tal vez puede contar en
el abrumador sentimiento de afecto y conexión que sentimos hacia nuestra
descendencia o hacia nuestros seres amados. De hecho, el amamantar y los
masajes elevan los niveles de oxitocina en la sangre (tal como lo hace el
chocolate). En algunos estudios recientes que he conducido, hemos encontrado
que cuando las personas manifiestan comportamientos asociados al amor compasivo
–sonrisas cálidas, gestos amistosos con la mano, inclinación hacia el otro- sus
cuerpos producen más oxitocina. Esto sugiere que la compasión podría
perpetuarse a sí misma: ser compasivos provoca una reacción química en el
cuerpo que nos motiva a ser aún más compasivos.
La investigación de Nancy Eisenberg, tal
vez la mayor experta en el desarrollo de la compasión en niños, ha descubierto
que hay una expresión particular de compasión, caracterizada por cejas oblicuas
y una mirada interesada. Cuando alguien muestra esta expresión, es más probable
que ayude a otros. Mi trabajo ha examinado otra clave no verbal: el tacto.
La investigación previa ya ha
documentado las importantes funciones del tacto. Los primates, tales como los
simios grandes, pasan varias horas al día, acicalándose unos a otros, aun
cuando no haya ningún piojo en su ambiente físico. Usan el acicalamiento para
resolver conflictos, para premiar la generosidad de otros y para formar
alianzas.
La piel humana tiene receptores
especiales que transforman los patrones de estimulación táctil – la caricia de
una madre o la palmada en la espalda de un amigo- en sensaciones indelebles y
duraderas como los olores de la infancia. Ciertos toques pueden disparar la
liberación de oxitocina, trayendo sensaciones de afecto y placer.
El tratamiento táctil de una rata
cachorro abandonada puede revertir los efectos previos del aislamiento social,
incluso hasta el punto de mejorar su sistema inmune.
Dacher Keltnero
tiene la intención de documentar, por primera vez, si la compasión puede ser
comunicada a través del tacto. Un descubrimiento así tendría varias
implicancias importantes. Mostraría que podemos comunicar esta emoción positiva
con manifestaciones no verbales, considerando que la investigación previa ha
documentado ampliamente la expresión no verbal de emociones negativas tales
como rabia y miedo. Este descubrimiento también aclararía las funciones
sociales de la compasión- cómo la gente puede depender del tacto para calmar,
recompensar y tejer lazos en la vida cotidiana.
En su experimento, puso a dos
desconocidos en un cuarto en donde estaban separados por una barrera. No podían
verse el uno a otro, pero podían tocarse a través de un orificio. Una persona
tocaba a la otra en el antebrazo varias veces. Cada vez trataba de expresar una
de 12 emociones que incluían amor, gratitud y compasión. Después de cada toque,
la persona tocada tenía que describir la emoción que ellos pensaban que les
habían comunicado.
Imagínese
a sí mismo en este experimento. ¿Cómo cree que lo haría? Notoriamente, la gente
en este experimento identificaba la compasión de manera fiable, así como el
amor y otras 10 emociones a partir de los toques en el antebrazo. Esto sugiere
fuertemente que la compasión es un aspecto evolutivo de la naturaleza humana,
algo que somos universalmente capaces de expresar y entender.
Luis
Francisco Navío Serrano
Centro
de Psicología